CONTACTO.
... y
todo reaparece como el caminar del moro en los cenagosos suelos
verticales.
Si se
siguieron mirando; definitivamente no se pudo percibir la megalomanía
de los tiempos. Unas medidas ahí que se escurren entre las palabras
y las palmas, así como las manos de los perros son los hocicos de
los hombres.
Es muy
interesante, al seguirse deslizando lentamente entre representaciones
varias y las reflexiones producto de la vacuidad, la blancura de las
lozas que miran con desdén y siguen estando, en esa altergada
continuidad de las no-cosas. Todo para reírse de los cientos y jugar
con axiomas de elección, creatividades apacibles y esa amplísima
convicción de sumergirse en el pozo del vacío... sólo para darse
cuenta que no hay cigarrillos y carecemos de experiencia.
Y a qué
todas estas tantas nadas de las qué soyozar? Como los bramidos de
los becerros cultivados para eventos posteriores, como los gemidos de
la vírgen que se entrega para con el mundo a una transformación, a
una sublimación de estado; cómo si todo eso garantizara el éxtasis
de la muerte al hacerse estático....
Nada de
eso habrá de limpiar sus rostros; los que me confunden, los que le
obsesionan, los que los trasnocha día a día a día. Son vastos
contubernios entre lo dicho y lo pensado, lo visto y lo proyectado;
son alusiones deliciosas a la forma más elemental de percepción: EL
CONTACTO.
Al
parecer no piensan decirse nada; el café se les está enfriando con
la velocidad de los distanciamientos, viven cada segundo
longitudinalmente, trepandose en la coordinación mano-ojo,
humo-corazón; porque estaban fumando, (no me acuerdo que marca) no
paraban de no mirarse, era una pieza de descontemplación tenaz. Una
frívola reunión de pastores que se ciernen cabisbajos a las ferias
que se dan en los pueblos, una niña por la que se matan a machete.
Y la
pereza y los platos sucios y la soledad de sentirse acompañado...
son las cebollas de las especificaciones; ya se sabe que a nadie le
gusta lo aparecido; a lo mejor si fuese de otro modo, tendrían una
razón para mirarse.
Aunque si
descendieran al más hondo de los pozos, robandose de la forma
transfuga enseñada por los sabios, se aplacarían sus necesidades
mutuas y se apagarían lentamente, despojandose de luz y calor, de
ropas y complejos para hacerse simples, melífluos e inestables. Los
cafés curiosamente se calentarían a punta de frío y sus epístolas
varietales colapsarían en un punto... pequeño, elemental. No
pasarían, no pasarán.
Pero todo
siguió inmóvil, de los dos no quedó ninguno; sólo un par de cafés
fríos acompañados de un cenicero abarrotado de cápsulas
concupiscentes invadidas por silencios.