miércoles, 14 de noviembre de 2012



CONTACTO.

... y todo reaparece como el caminar del moro en los cenagosos suelos verticales.

Si se siguieron mirando; definitivamente no se pudo percibir la megalomanía de los tiempos. Unas medidas ahí que se escurren entre las palabras y las palmas, así como las manos de los perros son los hocicos de los hombres.

Es muy interesante, al seguirse deslizando lentamente entre representaciones varias y las reflexiones producto de la vacuidad, la blancura de las lozas que miran con desdén y siguen estando, en esa altergada continuidad de las no-cosas. Todo para reírse de los cientos y jugar con axiomas de elección, creatividades apacibles y esa amplísima convicción de sumergirse en el pozo del vacío... sólo para darse cuenta que no hay cigarrillos y carecemos de experiencia.

Y a qué todas estas tantas nadas de las qué soyozar? Como los bramidos de los becerros cultivados para eventos posteriores, como los gemidos de la vírgen que se entrega para con el mundo a una transformación, a una sublimación de estado; cómo si todo eso garantizara el éxtasis de la muerte al hacerse estático....

Nada de eso habrá de limpiar sus rostros; los que me confunden, los que le obsesionan, los que los trasnocha día a día a día. Son vastos contubernios entre lo dicho y lo pensado, lo visto y lo proyectado; son alusiones deliciosas a la forma más elemental de percepción: EL CONTACTO.

Al parecer no piensan decirse nada; el café se les está enfriando con la velocidad de los distanciamientos, viven cada segundo longitudinalmente, trepandose en la coordinación mano-ojo, humo-corazón; porque estaban fumando, (no me acuerdo que marca) no paraban de no mirarse, era una pieza de descontemplación tenaz. Una frívola reunión de pastores que se ciernen cabisbajos a las ferias que se dan en los pueblos, una niña por la que se matan a machete.

Y la pereza y los platos sucios y la soledad de sentirse acompañado... son las cebollas de las especificaciones; ya se sabe que a nadie le gusta lo aparecido; a lo mejor si fuese de otro modo, tendrían una razón para mirarse.

Aunque si descendieran al más hondo de los pozos, robandose de la forma transfuga enseñada por los sabios, se aplacarían sus necesidades mutuas y se apagarían lentamente, despojandose de luz y calor, de ropas y complejos para hacerse simples, melífluos e inestables. Los cafés curiosamente se calentarían a punta de frío y sus epístolas varietales colapsarían en un punto... pequeño, elemental. No pasarían, no pasarán.

Pero todo siguió inmóvil, de los dos no quedó ninguno; sólo un par de cafés fríos acompañados de un cenicero abarrotado de cápsulas concupiscentes invadidas por silencios.