miércoles, 7 de octubre de 2009

DOCE.


Soñando despertábase aquel noctámbulo, paseándose por los inconmensurables pasajes de la bruma matinal. Sentíase aletargado por el punsante olor a incienso que emanaba de aquel rincón exíguo que ahora recordaba con profundo odio y desazón. No sabía por qué estaba allí, pero pudo hallar su identidad perdida entre los residuos de aquellas botellas rotas en el suelo, que tenían un bouquet pérfidamente delicioso; incendiaban en aquella criatura una fogosa pasión de emancipación brutal, salvaje, violenta, que le hacía excecrar al mundo y repudiar su alma desconocida. Eran ya las tres de la mañana y aún no entendía lo acontecido; sentóse sobre una silla, presto a encender un cigarrillo, cuando con sutil ligereza se ve sumergida en el hipnotismo exótico de una luna que le llamaba, le seducía con fragor exquisito, induciéndolo a un efimero romance erótico-espectral... y cayó lentamente en los brazos de aquel satélite hecho mujer, que ostentaba un rostro conocido mas nunca viso, le llamaba por nombre propio, pero tales glotas le eran indiferentes. Aquel momento consumió una eternidad infinita contenida en treinta minutos, hechos frío consumido con un calor infernal que provoca en su techo una cantata de colores pálidos que le sumergen en un mar de efemérides de una mente sin recuerdos; convertíale pues ese depósito acuático en tritón al servicio de un decrépito Saturno lleno de vino y opio traido de los mares de China.

Su delirio cesa y cae de nuevo en el punto de partida con sus botellas rotas y licor derramado por las blancas paredes de un cuarto oscuro iluminado por deseos vagos de una comprensión. El licor ya no tiene un etílico perfume, mas bien su aroma es tosco, gélido y grasoso... ¡¡sangre !!; siéntese desesperado, pero su ebriedad vikinga le impide dar un paso sin caer al suelo y evitar darse cuenta de una mano inerte que surge del cuarto adyacente; lívida pero rebozante del ártico espesor de la muerte. Al acercarse, desconcertado vislumbra con estupor, que aquella extremidad se hacen seis, en un ramillete bizarro de tres cuerpos desnudos atrvesados por una aguja de antares, en medio de una orgía de criaturas asexuadas; su aliento de repente les causa combulsiones que las despiertan en una tántrica danza, llena de olores putrefactos, emanados de su licorada transpiración. Hecho espuma el hombre cae en la fría loza, bañada por el espeso vino que rebosa en los cuerpos; preso de los etéreos aromas prestos en las bolsas de Morfeo.

Bañado en sudor despierta en un aséptico lugar, lleno de aparatos desconocidos, haciendo caso a una voz que le llama, por un nombre desatendido, que definitivamente le pertenece; su voceador pásale un espejo, que de momento, le revela que es doce años más viejo.

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