sábado, 29 de mayo de 2010

RICAURTE.



Este relato, no tiene nada de diferente a los demás de su tipo, sin embargo estas similitudes procaces constituyen en sí la pócima para determinar su escasa unicidad. Comienzos como todos los demás en días de lluvia con declives varios, producto de las innumerables consideraciones del día; sillas, rostros, uno que otro monitor y a la final nada, simplemente ladrillos fúnebres que embotan la calistenia y hacen que uno se sumerja por momentos en lo que el ciudadano de a pie denomina... cotidianidad.

No podía pensar en algo distinto, mis repetidos ataques al pecho. No sabía el porqué o tal vez sí, el cigarrillo puede ser una causa, pero ser honesto con mis vicios no me proporciona tranquilidad y hace que me refugie en los extramuros de la beatitud que profesa la bondad del hombre con sigo mismo. Jamás se entendió a cabalidad el concepto, empero debe ser enumerado para hacer espacio en las cosas de siempre que ya no desean serlo. Voces que nos llaman y se hacen más agudas hasta lastimar el tímpano de la coherencia... que dolor tan jodido, me quiero ir ya; simplemente llueve.

Deseaba comer uno de sus turrones, pobre hombre... bah que mierda su garganta tostada por la gloria colombiana del tabaco. No pudo. Se llega la hora y por fin se va.

Qué puedo decir sino otra cosa diferente a escapar de ese lúgubre cubo elongado, dónde no hay gusanos sino ¨hombres grandes” de manos decrépitas; semejante eufemismo a la gloria de un porvenir ennoblecido con flores y galardones. Soy viajero y mi tiempo casi acaba, debo huir, perdernos para nunca y para siempre, escaparnos tras el velo de la plena conciencia general y la difamación adversa.... perdernos, quién sabe, que sé yo.

Cae por fin la noche y Él que piensa en Ella, o por lo menos, su mente hace el esfuerzo por dibujar su rostro y otras partes para su goce exclusivo; percibe entonces la cercanía a aquel remedo de vagón, esquelético por no decir más. Paga y piensa en el trayecto cuán estúpido es por no ejercer su sagrada voluntad de hacer lo que se le da la gana... colarse, por supuesto. Al F28 no le cabe un tinto a cucharadas; no me meto ahí ni por que me paguen!!

Siempre rostros, aromas, perfumes, mujeres bellas que recuerdan el placer de la admiración y otras tantas cuya descripción harían parte de un catálogo desgonzado y miserable que evoca al tan distinguido hábito de girar el rostro y escupir por dentro. Nada que hacer, las 7:28 pm y nada que pasa alguno de los gusanos, medianamente desocupado. Hay que tomar decisiones, así como hay que beber un aguardiente que servido está; G5, me monto y yá, que me lleve el diablo o que me traiga quién me trajo. La única gracia del momento siempre radica en aquella profesa pueril y efímera de sentirse seguro, con la tácita expectativa de evadir las masas tumultuosas para caer a un agujero, más profundo y más oscuro, pues he de recordar que las luces sólo se utilizan en momentos de emergencia, emergencias que se consideran según el bolsillo y el peso del considerado.

Se ubica en los espacios abiertos del primer vagón, a fin de no estorbar a nadie y evitar cualquier situación indeseada, cualquier flujo gástrico en las entrañas de semejante injuria roja que circula a título de transporte urbano; alguna contracción transmutada en la emisión de cualquier gesto que dada la situación se interpreta como ofensa que debe ser contrarrestada con la mayor de las furias; como la de las personas que no van a ninguna parte. Seguramente ya no voy a ninguna parte, es uno de esos días en los que me siento ajeno a mí y por tal razón me hago más cercano a mis utopías, una de esas tantas se gesticula en un reflejo gota a gota de una mujer que me observa con discreción y me perturba con una laxa exaltación que... mierda hace frío y esta tos no me deja. Nada que hacer, se miran uno al otro sin mirarse, usando vidrios, las miradas implementadas en el aire por acción del oxígeno en la dispersión de la voz, un concejo a un extraño; pobre idiota... recurriendo al cliché del desorientado para hacerse presente en el plateau de la seducción. La mira con su distracción, piel gitana, olor a azúcar morena, un tatuaje que repele y da fastidio, condonando un fetiche existencial; anima del descaro y reducto de uno que otro trauma. Las sensaciones de asco y placer se entremezclan en un cocktail ajenjudo, hada verde como la cinta que rodea una de sus trenzas indistintas. Pero que hace una persona de ese estilo tan despreocupado en semejante aparato tan preocupante?, seguramente lo mismo que hace una persona preocupada montada en los rieles de un tren de por sí preocupante. Quería saber... saberlo todo y saberla toda, para descubrirla ante sus cienes y perderse en la inagotable fuente del descaro, ese mismo descaro que se manifiesta cuando se estimula sin temores la imaginación, a riesgo de lo que sea.

Ahh!, me tiene harto esa llovedera (por decirlo de alguna manera); tal vez sea un castigo externo a las flagelaciones internas o simplemente sea el concepto tan de moda en estos días... ¨clima¨. No puedo entender como es que percibo sus miradas, siendo que cuando la miro sé que no lo hace , este desconcierto definitivamente me ufana, pero el paraguas que lleva en la mano hace que me retracte. Que habría que hacer en momentos como esos... seguramente nada, no existir tal vez, para sumarme a mi objetividad (cuando lo digo no puedo evitar reírme). La cara de aquella piel canela se me antoja un misterio que deviene en inconsciencia y pureza elemental, una vida loca, escudada en latones descarados, pigmentos cutáneos inyectados y por qué no, alguna que otra cosa inyectada; en suma un decálogo escrito en piel y pregonado con la voz del mudo que se sube a la colina con la piedra por delante, sólo que en este caso no puedo decir nada, no sé si la piedra se le viene encima, si la coloración de su tez es consecuencia de la exposición prolongada al sol... no sé, no se nada.

Le gustaba y lo sabía; únicamente es posible afirmación semejante, pues no hemos podido indagar en la cabeza de esa criatura simple, compleja, blanca, negra... no!!, canela. Anunciaba entonces la voz escabrómica de las entrañas del gusano, la llegada a la estación del trasbordo: Próxima parada Ricaurte. Siempre con una fonética metálica y aguardentosa, definitivamente no es humana, le falta la hipócrita agonía del calor del alma, la misma que se transmite cuando el hombre llora o cuando un niño se hace hombre. Ella seguía allí, decidió agazaparse con cautela tras de Él, con el fin último de usarlo como escudo ante la inminente avalancha de una caterva obtusa de gente cotidiana, quizás más compleja que este par, quizás más simple, a lo sumo personas, a lo sumo existen. Las miradas siguen allí, el radar perceptivo incauta cada una de las señales a fin de regocijarse, piel canela, piel de durazno, piel, piel , piel. El frío es inminente y los torrentes avanzan sin cuartel entre las lozas metálicas del armazón de uso público, la tos acosa y el carácter reverbera... (debí traer bufanda) así como la tos, joroba descarada aparece con su amigo refractario... reflujo. Un mar de proyectiles que por el contexto han de emular a las personas o viceversa, continúan con ritmo acuciante, forzando al ejercicio de los reflejos, forzando al arte de esquivar, creando un cuadro en el que esquiva, es a su vez esquivado y por ende jamás pierde su esencia pura, sigue allí junto a los demás a manera de una sutil amalgama enmascarada en los confines de un Ricaurte que con su despliegue de comunidad pervierte a las mentes locuaces, las ejercita, las hace esquivar. Sólo puedo soltar una de mis risas; me voy a mojar!!

Y para qué mirar el reloj, a sabiendas de que son más de las 8:00 pm y la costumbre te ha hecho nómada, nada que hacer, sólo sigue riendo a fin de que tus pensamientos, caídos gota a gota, como los parpadeos de la que está detrás tuyo puedan articularse y por fin puedan sonar. Como de la nada se emite un golpe en el espacio, un sublime estruendo, en efecto muy sutil:

Necesitas un paraguas?
Creo que te vas a mojar, vamos juntos.

Dos segundos... laxos, epistémicos; la luz ha hablado y se hecho voz; un trueno. Reacciona.

- Vale, gracias.

Caminan pues, caminamos, hablamos y corremos, esquivamos y a su vez nos chocamos. Tactos delicados van y vienen, causales quizá; un índice roza una manga, la marcha continúa y las ideas fluyen una tras otra como en los buenos tiempos de la música de Johnny; en efecto, la misma que ya se tocó mañana, sus palabras ya las oí mañana y las que quiero las oiré ayer. Que afán para vivir cien años si la duplicidad de nuestros espasmos bucales nos entrelazan en un filme creativo de bajo presupuesto; si mis ojos la esquivan como a todas las mujeres que de alguna manera me trastornan. No es amor a primera vista, esas son embolias psíquicas (diría Fernando), meras autocomplacencias a la pos de eludir, de esquivar, de existir. Simplemente que en esa sucesión de instantes, hubo una convergencia unívoca a la gesticulación, una expresión sencilla de dos variables que termina en función de una... se le denomina interés. Bastante curioso de por sí; par de desconocidos que se conocen a través de los artilugios de sentirse desconocidos, de la seducción con pecas y de la repetición de frases enunciadas a fin de establecer una conversación más o menos coherente.


Desea que sea... nada, precisamente eso, en definitiva no es ella y según los acontecimientos recientes, el concepto parece esquivo y el pasado se reafirma en un presente desgastado. Acaba el recorrido y no me le quiero separar, de alguna manera somos tibios en ese horno de lágrimas celestiales. Todo a causa de un paraguas, todo a causa de no existirse. C4 toma ella, F19 tomo yo, lo bello de la vida es que cuando se intenta no vivirla, la misma se lo lleva a uno por delante, sin pedir permiso, tomar o ser tomado... se aleja y se difumina entre esa estructura amorfa de millones de componentes y una relación única; eramos allí.


Lo único que me desvela... gozar de su anonimato. Nunca quise saber su nombre.

sábado, 8 de mayo de 2010

POSDATA.


Epílogo de una carta, posdata:

siempre pienso en tí.



No hay cara que cubra la tuya,

no hay cuerpo que cubra el tuyo,

no hay en mí aquello que hay de tí.



Siempre me pierdo en los espejos

cuando la copa rebasa la cabeza,

nunca me pierdo cuando estás en ella.



Ella, ella y tú, siempre juntas,

amigas de la mano, hermanas

en la sangre... sólo una, sólo tú.


Siempre se me acaba la tinta,

no escribo sobre el papel,

mi espíritu está en tu alma...

no me temas que me matas,

no me mates que te olvido.



Solo muere aquel que olvida,

no me olvides, no me olvides.

El OJO.


Un día cómo cualquiera un hombre se sienta por fin de cara a si mismo para obscultarse y operarse de la infinidad de pesares que lo apremian, súbitamente viene a su mente un instante , tan corto, tan largo como a usted y a mí se nos antojen, si embargo ese ojo, ese ojo que lo mira desde allí aquel lavabo de cocina; la tasa amarilla, un amarillo disgresor y transgresor de los colores del espacio y una tapa azul con aquel toque especial... mango negro plástico de a lo sumo una triada de quinquenios (nada especial, lo sabe). Todo es un concierto de compases insulsos, nimios tal vez que en conjunto no impedían la percepción de su delirio, una toma de decisiones que lo avasallaban sin saber por qué ni tan poco para qué; sólo pasaba por la cocina pues era paso obligado para llegar al escape de la monotonía del lugar... un cigarrillo, una ventana, fósforos, más cigarrillos y una calada; la ecuación perfecta para rematar con el rutilante titilar del reloj del microondas. Esta vez no podía ser del mismo modo, pues la tasa, tan grande y pequeña, derretida por una mala manipulación de objetos calientes, acompañada del desconocimiento natural de la conbustibilidad del plástico. Qué se le puede hacer, es una noche oscura, y la cita aún no ha empezado, pero se siente doctor, cierto?, y se siente sabio, cierto?. Que poca angustia y nada de decencia en un rincón adornado con baldosín de antaño con el amarillo de siempre y las flores que te evocan a mamá... el amarillo, la tasa; interrumpen el balance del momento, quiere destaparla, quiero destaparla pero entre eso y yo no hay concordia, todo el universo parece converger a la divergencia rodeado de absolutos para nada definitivos. Coño!, doctor que pasa, hace rato que no nos vemos... en el espejo; le duele la carita, parece que se ha descuidado... por qué me descuida?, hay que quererse, la medicina no se hizo simplemente para congraciar a los voyeureristas de la carne ni para instruír cadáveres; qué yo me acuerde también se hizo para atender al enfermo y alimentar al que no lo está, ergo, usted. Titila pues el reloj y no hay nada que hacer, once y treinta y cinco, todo sigue en calma por la casa, hacia atrás puede olerse una estructura cónica que adopta la forma que siempre con gusto lo mira pero que a lo sumo no existe, nunca ha existido y por eso mismo continúa ahí, en el cono, que viéndolo desde un panóptico se puede vislumbrar un helado de lo más casual... y helado definitivamente está. Hubo un estruendo complicado, yo lo oí, todos lo oímos, incluso tú que desde allí me examinas con la lupa de siempre en ese cojín reclinable desde dónde... bueno, ya lo sabemos todos y todas. En esa agua turbia e inodora podía proyectarse un cuerpo tendiente a una esfera, mucho menos que eso, pero definitivamente mucho más que eso, un resplandor conflagrado en una ubicuidad de unos cuántos centímetros de dimensión; si se le mira de arriba a abajo, nos invocaba y nos seducía con un potpurrí policromático que borraba categóricamente la magnificencia de una tapa que sinceramente detestaba, sólo que mi engaño y mi autocomplasencia omnubilan esa palidez que condonaba los errrores del momento. Once y veintiocho.... el tiempo pasa, siempre no lineal, escondido en una de las tantas caras que con una arrogancia inerte se escabulle y se siembra en los campos de un espasmo para nunca volver a decir jamás. Apéndices blanquecinos bordeaban los meridianos de aquella excepción a un delirio; me miraba, sólo que no parpadeaba, no podía hacerlo, sus largas pestañas no lo permitían y allí justo en ese instante procuraba unificarnos al eso y al ello para por fin juntos lograr un diagnóstico que concordara con lo imposible y fuese tan escrupuloso y delicado que inoculara la comunión de la salud en cada una de las venas de este cuerpo desconectado en una mente parcialmente conectada a los sinsabores de sabores propios del chocolate que mamá y sólo mamá podrían preparar al hervir ese ojo que nos miraban a todos los que estábamos presentes; por ende yo y nadie más, descargando entonces la risa de un buey enamorado que perdió la razón para darla a un sistema aislado. Era todo lo que pedía, un cigarrillo y en la tasa... el desayuno.


FIN.