lunes, 3 de enero de 2011

CIRCULAR NO.2: GÜEVAS DE PERRO.



Toma tu voto y lárgate... haz de lo tuyo aquello que a nadie pertenece, pues de ellos es el reino de la gloria y los misterios del señor... uno de tantos, sin colores ni camarones, premuras y torrentes húmedos en un ciento de carraspera y una consecuencia irrevocable. Qué hacer con tantos ministerios, letanías y estertores si al final nuestros cristianos afamados nos obscultan con el recóndito calor de un puñal de carne... cómo si no fuera suficiente responder con las preguntas sin remordimientos, ni argumentos a favor o en contra. Ya se sabe que el saber es incierto y a un así se sigue haciendo de noche cada día; cada dios te salve maría le compra una parcela de cielo a un misógino o violador seriado y le cohíbe las sensaciones al tecleante inmaculado tras de sí... pixelado, cuadriculado y escoltado por sus siempre inexorables convolusiones de espíritu degenerado, en el sentido transformado, no pintado. Quién hubiera dicho que un simple escarnio fuera la panacea de un imaginario y cada vez que se percibe el golpeteo del martillo mitológico, se escapa sin argucias, argumentos o cualquier otra cosa que pueda parecer tener sentido; a la derecha u a la izquierda, en alguna lengua romance u algún otro equivalente genérico que con ambición en suma, resuma lo estructural del cielo y los otros siete tras un único pilar, la tan añorada aporía del irrespeto enmarcado en el roble del absurdo. Un comienzo más que descarado y sin fundamento, la partida como enclave de un navío que se pierde tras las olas de un mar jónico, descartando en su conciencia el pudor de los placeres y omitiendo de su empresa la alusión a Salamina.

No somos turcos, persas ni otomanos... somos hombres mujeres y niños estampados en las gotas del tiempo, el mismo que es irracionalmente compacto y elemento imprescindible de las relaciones del espacio... no hay que perderlo o nos molerá a palos, temiendo a la represalia de sus remedios como el comediante que me mira con su sarta de misterios. No quiero, ni querrás mirar atrás, si todo converge a un rectángulo y sus protuberancias, sus arenas, sus destilados. No quiero imaginar, los imaginarios colectivos enferman el alma del creativo y ensalzan las pasiones de lo que no puede verse y se evoca cada quién supiera... cada quién supiera reza el ademán; impidiendo que la abstinencia de sus incoherencias lo perturben, en campo santo, solaz laguna, galpón intermitente y melindroso que por no decir más se derrama como la pintura en muro virgen; erotizada y escamoteada la voz de un aparejo... nada de misterios en lo que se nos dé la gana, no hay que mentirse si se quiere matar a alguien, empuñando el cuchillo conocido y esparciendo la miseria a su campo sedicioso y magnánimo, canonizado y llevado al cielo, hecho figura de hiel hirviendo, en la jeta de una vaca relamida y natatoria, la criatura de las leches submarinas y explosivo vehículo de un dios esquivo y minúsculo, cómo la propaganda del pasquín de Demócrito. Pobre hombre... gentil y así quisiera ser lo mismo que de siempre nada tuvo, erizado en sus infamias cómo cantos tiene el pentagrama de la Guadalupe, otra esfera virgen que clama al cielo con sus infinitos misterios y por demás, su claustro de conveniencia y respeto; se podría decir que es un concepto oriental, opíparo empedrado de resurrecciones y apariciones, galgo alimento de un mareo cortesano, infame desperdicio de insistencia, siendo pues lo de antaño desplegado en el futuro (proyección de un producto) incomprendido y desgastado en incoloros peces desnutridos y trienales. Sólo un caspio estrambótico puede dar a luz un fogón al todo ya impotente; el único requisito, unas libaciones de entremés... unas güevas de perro.


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