viernes, 21 de agosto de 2009

PENSAMIENTO - LETRINA




Se ha prendido una luz de repente, en el lozal frío de esta estera de mierda, contemplo pues la fría cagada y maldigo los lacerantes aromas de atracan a mis nasales fosas, y allí pienso y recaigo en todo aquello de la nada toda, alzando la cabeza al cielo para perderme en lomos de ovejas multicolor, sobrinas de la bestia que cargó a Mahoma.

Sólo el iris se ha dilatado y de repente estoy cegado, si, cegado y en danzas prolijas eróticas y plenas de aleluya, en busca de una explicación a esta loca pendejada de prismáticas y cuasifulgurantes emotividades. Heme ya molesto de la conflagrada y maltrecha primera persona que me acompaña a donde voy y por ende a donde cago... es cierto, allí estaba con ganas de escribir y viendo en esa moderna y acuática letrina a ese hombre de verdosa vestimenta, pintando con palabras y siendo el vidente de sabrá que putas.

Ah, que pisquero!!, estoy jodido, ese malestar me tiene maltrecho, manando mierda a toneladas y palabras a granel, insatisfecho y sobrio de borrachera no gestada, exultando los agravios del pasado y sin miedo del desvelo de la prosa, pues estoy al fin y al cabo en la mas denigrante de las posiciones, no?.

El desespero exhorta a los espasmos de una alteración gástrica de claro de luna, que resuena en las mediocres notas de un formato electrónico. Los problemas miles del mundo todo, me torturan interesantemente, a la vista de las ideas y las caras de viejos renombrados y personajes que nunca conocí; aventuras hechas viajes deseosos y por que no?, mujeres a quienes tocar. Este silencio y el ardor por ratos evocan la memoria de un cigarrillo que con humo, vaho repelente y medidas anacrónicas se ofrece, a la par de milongas de Piazzolla y la prosa del acróbata demente saltarín.

Me perdí de nuevo, ya casi acabo, pero dónde estaba?, ah, si claro, cagando!!, cagando al mundo, cagando a aquel, cagando a aquella, cagando ideas y a fin de cuentas, cagando letras.
FUMAR...

Fumar todo lo que no es debido,
fumar porque sí,
fumar por aquella, aquel, aquellos.

Fumar las panegíricas alas
de un febril Jose Arcadio,
fumar el alma herida
de cara al cielo entrecortado.

Fumar porque se es,
porque no se es,
caer por fumar
y fumar en la caída.

Y seguiré fumando
hasta que tenga como hacerlo,
hasta que haya como inhalar
la bocanada de ese mundo entabacado,
alquitranado y esterilizado
de la vida árida y tumultuosa.
GOZORNO

Y de repente se me
ilumino su cara,
entre fibrosas brechas
de tintielante fodongo,
exhortando al fiel vientre
a fundirse con los fuegos
calcinantes del desbordante
dilucidar.

Su cara se hace miles,
posada en los cuerpos
de muchas otras, deseosas
de usufructuar el mismo
bien hecho vianda en vendaval.

Aquellas convulsiones,
febriles antorchas, piezas
de un cauto desden introspectivo
solo buscan entre frías lozas blancas
la inmediatez de su carencia
en cuerpo ya invocada.

Esas sutiles fantasías
de enraizada teatralidad
que se entrecruzan en
intrincado movimiento
oscilatorio vertical
implora su nombre
mientras cae en su
lapsus endoespasmódico.

Las millones de actrices
de aquellas mémoires convergen
en ardiente llama eléctrica,
al perjurar el sutil aroma de
las siempre endemoniadas veladas
con la arena en contra,
diluyéndose paso a poco en el
magnánime telar de la
artrópoda mayor.

Sin duda alguna es ella,
de ahí que la culpa se haga
gozo al irrumpir en una
erupción discontinua que
procura placer infinitamente
breve al escritor de imágenes.

Imágenes que perduran hasta el
fin de los fines mismos,
hasta que puede ser vista, revelada
y tomada.

Imágenes que ella,
ella hará continuas, vivas
y carnales al caer la luz en off.
CURA

- Te duele, no es así?
- Definitivamente.

La ironía de la cura hecha penuria, constituye la más deliciosa de las fluctuaciones cadavéricas e inmarcesibles de esa ópera prima de la esperanza perdida en ese ardid absurdo, inexplícito y categórico.

La escafandra hacia eso mismo, opúsculo bizarro y no menos bello; palpita entonces desenfrenado al tocar o a lo sumo percibir la cálida loza fría que como un imán vaporoso incita a la carne, a reaccionar como si se tratara de un momento fálico, brutalmente responsivo a un estímulo sexualmente atrayente.

- Luce horrible.
- Está hecho una mierda!!

Hay que curarse primero antes de ayudar; esparcir la infección no hace palpable otra cosa más ridícula que un teatrino tragicómico y miserable, comparable con las historias arameas de otrora, concepciones de criaturas barbadas, curiosas y desesperanzadas.

- Se te ha corrompido, de eso no hay duda!!
- Busca ayuda.

Intrépidamente es ese uno de los tantos collages de agua mala y peculiares, abruptas y maltrechas intensiones, prestas a la transición, transformación y transgresión de lo mismo, lo de siempre, lo de nunca; la ruptura de fuente de esa madre llamada realidad, escupiendo al hijo masilento de la irregularidad, no menos virulento e invasivo, en vías del matricidio dramático, constructor de madres y hacedor de viudas.

- Búsquese un médico, yo lo llevo.
- Voy a ver hasta dónde llego.

Carcajadas, todas ellas, no las oyen, son muy claras, son latidos, es la sangre, la interrupción, la metáfora, la vecina gorda, la tía que no existe, la gran familia, farsa mono-nuclear, a lo sumo del costo de la vacuidad y la superchería.

- Sus dolores son su culpa.
- Yo sé, ahí les pongo la cara.

No interesa entonces, al final no se sabe dónde se abrió la galleta china, dónde paró el bus, dónde quedó el Germania o porqué el de dios no paró; eran las 6:45, pero al final y sólo al final, jamás se supo, jamás, jamás.

martes, 18 de agosto de 2009

UNO MAS

Yo siempre igual,

de todo aquello,

mas nunca el mismo,

acompañando las velas ultramarinas

en adoquines de lo más casual.


Habré de ver las caras de millones,

congregados en la ecuánime constipatoria,

en efervescente francachela.


Todo eso se hace de tristes colores

en las frases en torno amenas a mí.
LA PUERTA




Después de tanto tiempo la puerta por fin sonó. Toc-toc-toc. No sabía que hacer, estaba absolutamente desnuda ante ese frío golpeteo, -Qué hago?- se preguntaba, dubitativa incluso taciturna, no solo por la lobreguez de su elixir procalmatico, no solo por ese tambor trepidante que incesante continuaba su marcha indisoluble. El sudor corría por su cuerpo, gota a gota se filtraba por las hendiduras de su cuerpo, uno a uno, despertando hasta sus deseos más obscenos y estimulantes. La ventana, abierta de par en par revela la mística del cotidiano pasar de buses en la ruta de los martes; no puede evitarlo, desea que él este allí, pero la puerta, Toc-toc-toc le recuerda su angustia, la sumerge en ese trémulo pavor que solo los perseguidos sienten cuando se les encuentra. Cándida idolatría de la calma ajena, sus sienes trinan hasta el punto de exhortar la cefalea que le parte el buen momento, el de ayer, el de antier, pero en ese ahora que por fin la ha involucrado en su novela, en su cuento, en su video moribundo. El momento se reparte las sístoles y diástoles en un boroló de mercado, ella por fin cree que llegó el momento de perderse, de entregarse al mellevaelputas, de perderse en la desgracia del encontrado que no quiere ser hallado.

Toc-toc-toc.

Se abrió la puerta.

Se desplomó impávida, con tenue sensación de amargura.

Era él.

Era yo.
TARDE EN EL SIN SENTIDO


Simón era de aquel viajero, buscaba lo que sólo el quería, lo que sólo todos quieren. Si se supiera a ciencia cierta que es aquello, definitivamente el mundo sería más sencillo. Era viernes, Simón sentía ese fuego de sus días, esos días que inconscientemente espera; indiscutiblemente los viernes. Tenía infinitas ganas de correr hacia el lugar donde todo cambia permaneciendo inalterado, allí donde las esquinas se cuartean y los altillos son sótanos embriagadores a la luz de mil y una lenguas. Pero había un gran problema; no era viernes mas aún su cuerpo inerme se hacía agua gota a gota por correr de nuevo y perderse en lo que ya ha encontrado. -Son sólo unas cuadras- se dijo, sin embargo no era viernes y el recuerdo de su Alejandra de otro nombre lo impulsaba a exaltar la carrera. Otro problema, aún no era de noche. Era uno de esos días que no tienen nombre pues teniéndolos gozan de todas y cada una de las propiedades taxonómicas de los afiliados a la semana; el sol, la calle, la gente, los vehículos y en suma él mismo. Se encontraba en una situación complicada, un periplo inmarcesible e ineluctablemente decisivo, sin embargo los otros días lo encadenaban a la loza con los aros de la costumbre y las esposas de la responsabilidad. -Debe ser eso entonces- musitaron sus labios de manera trémula como si alguien lo estuviese viendo, pero no había nadie detrás de las paredes, ni delante ni dentro de las mismas. Optó por salir en busca de aquello, definitivamente eran los acordes de ese llamado; con todos los contrastes, caídas y elevaciones del clavecín que tanto amó a lo largo de su adolescencia. Un minuto después y la puerta ya se había cerrado. Consternado dio un paso furtivo al ascensor de siempre a la espera de su llegada. No podía esperar a nadie más, sabía plenamente que estaba solo, rodeado por millones pero absolutamente solo.

Simón giró su cabeza en busca de ese sol de las cinco, vio el de las dos y al consultar su reloj descubrió que eran las nueve. Estaba consternado, con su vientre en llamas y su garganta reseca. El ascensor aún no llegaba. Como era usual, el punzón infame de su gastritis le pateaba el bienestar, mientras pensaba en eso de costumbre mas nunca como todos los días... Alejandra. - Y si aparece en el ascensor- pensaba, -no eso es absurdo- pensaba aún más. Las puertas de esa cápsula de corte clásico que con su constancia y calidad retaban a los artilugios más modernos por fin llego a su destino ostentando a la mujer de siempre que lo miraba, a la espera de un saludo que jamás recibiría pues dada la hora era innecesario. Los números del tablero ya deteriorado pasaban uno a uno con ridícula lentitud, acompañados por la efigie cabisbaja de una empleada con millones de problemas, pero con una ventaja irrefutable; tenía la plena seguridad del día en el que se encontraba.

-Gracias, hasta luego- dice por fin Simón con cierto hastío y repugnancia. Impulsado por un espasmo, tal vez otro impulso muscular menor, decide consultar su reloj nuevamente, -Son las seis-, dijo en voz baja, sin reacción alguna.


Hacía frío en ese instante, se sentía borracho y consumado a la espera de lo que él buscaba; no se había tomado nada, sólo tenía entre sus dedos el Marlboro de siempre; ya el cigarrillo estaba por la mitad y por momentos se había fumado otros dos. Simón caminaba, corría, corría y descansaba coartado por las náuseas de su precario físico, acompañado por momentos de esa sensación de todo fumador empedernido, ufanado en su estatus sumamente común y no menos peculiar, que culminaba en un impulso incontenible de escupir hacia el lado izquierdo y con paraje indefinido. Las mesas estaban llenas y en la calle seguía helando sin consideración alguna. Estaba envuelto por la neblina de los licores lupulados y esquizofrénicos. Su cara de borracho solo distinguía los colores de Alejandra, la lejana, la cercana, la añorada y estimada hasta el cansancio, pero ese cansancio, que estaba por cansarla a ella y por matarlo a él lo perdía en los cuellos de la botella que siendo siete sólo pintaban una. Todo ello era un gozo miserable. Pleno de perfidia y entre tanto de aleluya. El bullicio del silencio, ese silencio atómico y plurifónico de las exquisiteces; esas mismas que se encuentran en los arremolinados y caóticos espacios del consorte de todos los días, embrutecían a Simón haciéndolo caer en los pasajes de su atónita y estupefacta escritura de burbujas, burbujas que invocaban su presencia, su voz, su afecto, simplemente estar ahí. El reloj del lugar del siempre nunca y por nunca ya casual daba las cuatro, escurriendo por los agujeros sucios los pálidos haces de luz que entraban con una humildad serena hasta llegar a las manos, caras y narices de los etilófilos que al igual que él ya no estaban simplemente estando; a lo sumo no existiendo.

Y es que perderse allí, en el lugar que posee un punto en cualquier mapa no era consuelo para un Simón que ya jadeaba y se derretía por el efecto de su frío y su frívola auto-enemistad. Todo eso estaba sucio, la suela de los zapatos estaba pegajosa y casi no valía el impulso extremo del levantamiento de lo que muchos simplemente llaman pie. Millones y millones de caras se perfilaban hacia su figura. Millones y millones de representaciones esparcían todos sus colores.

Simón calló, efecto de la música prozáica y sublimemente coloquial.

Simón calló por el frío del acero en sus entrañas...


Los perros viven toda su existencia sobrios por completo, la única embriaguez que conocen es la que su química les proporciona, la que el fuego de sus vientres les indica, lo que sus sexos les inducen.

Simón murió y al fin llovió, lo que buscaba jamás lo dejó, el reloj decía que eran las once y …



-Buenos días, como amaneciste?-

-Bien amor, muy bien-

-Te amo Alejandra-.